Vinos más chulos que un ocho y de Madrid

¡Pichi! Y es que lo del ocho en Madrid ya se sabe que da para mucho. Lo de chulos también. De hecho, tanto como sus vinos. Tiene su historia. Ese era el número del tranvía que llevaba a los chulapos, con gorra y todo, a la Pradera de San Isidro. Sí, el labrador que quita el agua y seca el sol. Justo ahí es donde tenía su primera parada, en la misma Puerta del Sol. Lo del Portillo (de Embajadores) a la Arganzuela es solo para el chotis y ya se sabe que hay que bailarlo agarraos. Tampoco hay que confundirlo con el tren de Arganda que ya se sabe que pita más que anda. Funcionaba mejor. Por cierto, que es una de las grandes zonas vinícolas de la región junto a Navalcarnero y San Martín de Valdeiglesias.

Vinos de Madrid con chicha y limoná

Pues, por cosas del destino o porque son así de chulos, la casualidad ha querido que en Madrid los vinos se puedan elaborar con 8 variedades blancas y 8 tintas. Tal cual. Justo esos y, por supuesto, Garnacha que tiene más salidas que la Puerta de Alcalá. De día y también…, porque no, de noche no todos los gatos son pardos. Los vinos tampoco. Claro que no. Tienen chicha y aún más limoná. De San Isidro a la Paloma no hay verbena sin organillo o la orquesta de Algete (tres bombos y un clarinete) ni en la que falte la mayor aportación madrileña a la coctelería. Sencillo, refrescante y de lo más castizo. Mucho hielo y azúcar como en la Posada del Peine…, zumo de limón y, por supuesto, vino. Pues aquí están los mejores de Madrid para que no te tomen por el pito de un sereno.

Cuatro gatos y los mejores vinos de Madrid

108 soles de Alioth – Garnacha de Madrid al cielo…

Y ya se sabe que a las 3 en punto y sereno lo que mejor se puede ver en el cielo de Madrid es la osa mayor. No, nada tiene que ver el del madroño, pero sí con las estrellas de la bandera de la Comunidad de Madrid. Tiene el mismo número y la más luminosa se llama Alioth. 108 veces más brillante que el mismísimo Sol y eso no es moco de pavo. Nada que envidiarle tiene la Garnacha por tierras de Navalcarnero. Sideral y también galáctica. De las que lleva directamente de Madrid al cielo, desde los suelos graníticos en los que crecen sus viñas. De ahí, hasta el último rincón de la galaxia a través de un vino divertido y muy fresco a través de los sentidos.

Buen Paso Roble – Tempranillo de los que no hay que a buscarlo al quinto pino

Tempranillo de aquí, de Madrid. De los de nueve meses de invierno y tres de infierno y eso se nota nada más probarlo. Con estilo, personalidad y, por supuesto, más chulo que un ocho. Los meses, precisamente, que realiza crianza en barricas de roble francés y americano sin ningún tipo de trasiego. También sin complejos y de San Martín de Valdeiglesias. Pura pasión por la variedad y sin tener que ir al quinto pino para disfrutarlo. Así que cuando llegues a Madrid chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés, y alfombrarte con claveles la Gran Vía y a bañarte con… ¡Tempranillo de Madrid!

Joyuelo Classic – Albillo en mayúsculas y sin diminutivos

Cariñoso y afectivo. Chulona, chulapa, mozuela, joyuela… Y luego van y dicen los de Madrid que no tienen acento. Dime que diminutivo usas y te diré de dónde eres. En Galicia lo que se lleva es el -iño, en Aragón el -ico y no hace falta ni decir que en Andalucía prefieren en -illo. Pues, aunque haya caído en desuso. un -uelo delata siempre a un madrileño de verdad. No es para menos porque el Albillo Real es la auténtica joyuela de Madrid y el de Cadalso de los Vidrios tiene más salidas que la Puerta de Alcalá. Casi olvidada y ahora recuperada, es normal que traten con tanto cariño a la viña que lleva este nombre.

Leonor de la Rosa – Malvar como para tirar la casa por la ventana

Ni una cosa ni la otra. No hace falta ni ser más agarrado que un chotis ni tampoco tirar la casa por la ventana para descubrir la otra variedad blanca autóctona de Madrid. Todo un homenaje a la región desde Villa del Prado. Cemento y duelas de madera para un vino singular. Auténtica arquitectura de autor. Pura pasión madrileña. Delicioso y único. Elegante, sabroso y tan refrescante como un atardecer en Las Vistillas.

Por cierto, también tienen una versión dulce natural para los que no se comen ni una rosca y ya se sabe que con San Isidro lo que más van son las tontas y las listas. Maridaje castizo perfecto.